Libros, fanzines, prints y remeras de artistas

    En este libro Max Gómez Canle indaga dentro de su propia cabeza como si fuera un extraño. Para descifrar el territorio en el que tiene lugar su proceso creativo, recorre nuevamente sus pinturas, buscando en los detalles el punctum de su obra. Lleva sus representaciones a la complicidad silenciosa del blanco y negro para que las vibraciones del color no lo confundan con su ruido. Efecto que, además de una semejanza con la estética fanzinera, produce cierto extrañamiento de la forma. Sus pinturas se vuelven, con ese gesto, más aprehensibles.

    Pero así como observa todo a su alrededor, también es mirado. Incluso su taller, en penumbras, alumbrado por la luz de sus dos ventanas, pareciera que abre los ojos interrogándolo. Mientras más se mete en su propia cabeza, sus obras le devuelven, especularmente otra cabeza, muchas cabezas, un sinnúmero de cabezas: desde Goliat hasta Mazinger, pasando por calaveras y cráneos de todos los tiempos. También aparecen a lo largo de sus dibujos, bocetos y papeles sueltos.

    “Pienso a la cabeza como la relación entre el cerebro y su morada, el tesoro y su cofre, el corazón y la montaña”, escribe. Es en ella donde las ideas y percepciones devienen lenguaje e imagen, donde el mundo interno y el externo se relacionan. Y es a partir de esa figura que arma este recorrido visual ensayístico, entre narrativo y “Warburguiano”, por sus obsesiones y recurrencias.

    Cabeza - Max Gómez Canle (Ed. Excursiones)

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    En este libro Max Gómez Canle indaga dentro de su propia cabeza como si fuera un extraño. Para descifrar el territorio en el que tiene lugar su proceso creativo, recorre nuevamente sus pinturas, buscando en los detalles el punctum de su obra. Lleva sus representaciones a la complicidad silenciosa del blanco y negro para que las vibraciones del color no lo confundan con su ruido. Efecto que, además de una semejanza con la estética fanzinera, produce cierto extrañamiento de la forma. Sus pinturas se vuelven, con ese gesto, más aprehensibles.

    Pero así como observa todo a su alrededor, también es mirado. Incluso su taller, en penumbras, alumbrado por la luz de sus dos ventanas, pareciera que abre los ojos interrogándolo. Mientras más se mete en su propia cabeza, sus obras le devuelven, especularmente otra cabeza, muchas cabezas, un sinnúmero de cabezas: desde Goliat hasta Mazinger, pasando por calaveras y cráneos de todos los tiempos. También aparecen a lo largo de sus dibujos, bocetos y papeles sueltos.

    “Pienso a la cabeza como la relación entre el cerebro y su morada, el tesoro y su cofre, el corazón y la montaña”, escribe. Es en ella donde las ideas y percepciones devienen lenguaje e imagen, donde el mundo interno y el externo se relacionan. Y es a partir de esa figura que arma este recorrido visual ensayístico, entre narrativo y “Warburguiano”, por sus obsesiones y recurrencias.

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